por Patricia Gaviria
Boca Raton, Fl
Enero 8, 2016
No
existe vocabulario suficiente para describir el amor, aunque casi todos podemos dar testimonio del regocijo que
genera.
Uno
de los estados más especiales, en la época de juventud, se da cuando por
primera vez la mente se vuelve consciente de lo que el corazón experimenta. De
repente, en el instante que estamos compartiendo con alguien, nuestro ser se transporta
a un mundo de calma y equilibrio.
Es
como si los sentidos comenzaran a flotar y a percibir aspectos nuevos. Nuestros
ojos ven elementos hermosos que nunca habían visto… nuestros oídos captan
armonías que antes no lográbamos escuchar… nuestra piel descubre sensaciones que
jamás hubiéramos imaginado, y el corazón alberga una alegría difícil de
sobrepasar.
“Buuhalaa… estamos enamorados”.
Nuevamente comenzamos a entrar en el ambiente mágico de nuestra niñez. Con
aspectos, que fluyen naturalmente, como ternura, espontaneidad, alegría,
cordialidad, y cantidades de otros atributos que convierten cualquier relación
sentimental en perfecta.
Y es que el amor es perfecto; sin embargo, cómo hemos los seres humanos
distorsionado no sólo el sentido de éste, sino la manera en que lo vivimos.
Se
nos olvida que “el amor es la fuerza
más poderosa del universo”… es la energía o materia prima con que fue creado
todo lo que existe, y es inherente a nuestra especie. Desde el instante que
iniciamos la vida, somos, experimentamos e irradiamos esta elevada emoción. Y
solamente tenemos que pensar en la imagen que proyecta un bebé recién nacido,
para comprobarlo.
Infortunadamente, a medida que vamos
creciendo, muchas costumbres, pensamientos y otros factores inapropiados nos
van alejando y negando el placer de percibir lo que realmente somos. Y cuando
conocemos a alguien que nos remonta de nuevo al dulce estado del amor, nos confundimos y pensamos que
este ser querido es la fuente real de
nuestro placer.
Así,
el día que nuestra media naranja se
aleja, bloqueamos toda esa corriente embrujadora y el estado acogedor en el
cual habíamos entrado. Experimentamos un gran vacío que origina sentimientos
muy opuestos, como tristeza, desasosiego, celos y hasta odio. Sentimos el
impulso de buscar a la pareja y tratar de retenerla a cualquier costo, pues,
supuestamente, su compañía nos llevará de vuelta a estar bien.
“El amor, se transforma en posesión”.
Quizás, las cualidades que admiramos en el compañero(a) no las vemos en
nuestra personalidad, y dudamos poder adquirirlas. Nos aferramos ciegamente,
buscando seguridad y protección, con pavor de perder ese soporte.
“El amor, se convierte en dependencia”.
O tal
vez cuando nuestra auto-estima es tan baja, que no nos consideramos dignos de
ser amados ni por nosotros mismos. Fácilmente nos volvemos marionetas de
cualquiera que nos exprese cariño, así sea a costa de irrespeto o maltrato. Y
el valor propio, que algún día tuvimos de niños, más bien queda a disposición
del otro.
“El amor, se vuelve sombra”.
Debemos entender que el amor
no se adquiere, solamente se comparte: “Tú y yo nos enamoramos realmente,
cuando dejo fluir el amor en mí y lo
comparto con el amor que dejas fluir
en ti”. No hay posesión ni dependencia
ni sombra, pues no existe el miedo de perder esta hermosa emoción que circula
en nuestro interior y, jamás, nadie no la puede quitar.
A
ninguna persona le podemos colocar el peso ni la responsabilidad de hacernos
felices con su amor. Y mucho menos
culparla si, algún día, su corazón ya no vibra al lado nuestro y decide tomar
otro camino. Deleitémonos, entonces, con los recuerdos lindos compartidos, y no
nos sumamos en la ausencia de algo que aún vibra en nuestra alma.
El amor fluye a través de todo lo que
existe constantemente. Por ello debemos sentirnos enamorados de nosotros
mismos… enamorados de alguien especial que con respeto y honestidad quiera
compartir nuestra vida, así sea por un corto tiempo… hechizados por los niños,
la familia, los amigos… seducidos por el aire, el sol, el agua, el viento.
Cuando
somos conscientes del amor real y lo
integramos en todos y cada uno de los aspectos de nuestro vivir, es cuando
percibimos la conexión auténtica con la Energía Divina que dio origen a nuestro
ser.
¡Aquella que nace con nosotros… vive en
nosotros. Nunca se ha ido… nunca ha llegado!