Saturday, January 9, 2016

* ¡El Amor nunca se ha ido… nunca ha llegado!

 por Patricia Gaviria
     Boca Raton, Fl
     Enero 8, 2016 
 
 
   No existe vocabulario suficiente para describir el amor, aunque casi todos podemos dar testimonio del regocijo que genera.

     Uno de los estados más especiales, en la época de juventud, se da cuando por primera vez la mente se vuelve consciente de lo que el corazón experimenta. De repente, en el instante que estamos compartiendo con alguien, nuestro ser se transporta a un mundo de calma y equilibrio.

    Es como si los sentidos comenzaran a flotar y a percibir aspectos nuevos. Nuestros ojos ven elementos hermosos que nunca habían visto… nuestros oídos captan armonías que antes no lográbamos escuchar… nuestra piel descubre sensaciones que jamás hubiéramos imaginado, y el corazón alberga una alegría difícil de sobrepasar.
    “Buuhalaa… estamos enamorados”.

    Nuevamente comenzamos a entrar en el ambiente mágico de nuestra niñez. Con aspectos, que fluyen naturalmente, como ternura, espontaneidad, alegría, cordialidad, y cantidades de otros atributos que convierten cualquier relación sentimental en perfecta. 

    Y es que el amor es perfecto; sin embargo, cómo hemos los seres humanos distorsionado no sólo el sentido de éste, sino la manera en que lo vivimos.

     Se nos olvida que “el amor es la fuerza más poderosa del universo”… es la energía o materia prima con que fue creado todo lo que existe, y es inherente a nuestra especie. Desde el instante que iniciamos la vida, somos, experimentamos e irradiamos esta elevada emoción. Y solamente tenemos que pensar en la imagen que proyecta un bebé recién nacido, para comprobarlo.

    Infortunadamente, a medida que vamos creciendo, muchas costumbres, pensamientos y otros factores inapropiados nos van alejando y negando el placer de percibir lo que realmente somos. Y cuando conocemos a alguien que nos remonta de nuevo al dulce estado del amor, nos confundimos y pensamos que este ser querido es la fuente real de nuestro placer.

    Así, el día que nuestra media naranja se aleja, bloqueamos toda esa corriente embrujadora y el estado acogedor en el cual habíamos entrado. Experimentamos un gran vacío que origina sentimientos muy opuestos, como tristeza, desasosiego, celos y hasta odio. Sentimos el impulso de buscar a la pareja y tratar de retenerla a cualquier costo, pues, supuestamente, su compañía nos llevará de vuelta a estar bien.
    “El amor, se transforma en posesión”.

    Quizás, las cualidades que admiramos en el compañero(a) no las vemos en nuestra personalidad, y dudamos poder adquirirlas. Nos aferramos ciegamente, buscando seguridad y protección, con pavor de perder ese soporte. 
    “El amor, se convierte en dependencia”.

     O tal vez cuando nuestra auto-estima es tan baja, que no nos consideramos dignos de ser amados ni por nosotros mismos. Fácilmente nos volvemos marionetas de cualquiera que nos exprese cariño, así sea a costa de irrespeto o maltrato. Y el valor propio, que algún día tuvimos de niños, más bien queda a disposición del otro. 
    “El amor, se vuelve sombra”.

    Debemos entender que el amor no se adquiere, solamente se comparte: “Tú y yo nos enamoramos realmente, cuando dejo fluir el amor en mí y lo comparto con el amor que dejas fluir en ti”.  No hay posesión ni dependencia ni sombra, pues no existe el miedo de perder esta hermosa emoción que circula en nuestro interior y, jamás, nadie no la puede quitar.

    A ninguna persona le podemos colocar el peso ni la responsabilidad de hacernos felices con su amor. Y mucho menos culparla si, algún día, su corazón ya no vibra al lado nuestro y decide tomar otro camino. Deleitémonos, entonces, con los recuerdos lindos compartidos, y no nos sumamos en la ausencia de algo que aún vibra en nuestra alma.

     El amor fluye a través de todo lo que existe constantemente. Por ello debemos sentirnos enamorados de nosotros mismos… enamorados de alguien especial que con respeto y honestidad quiera compartir nuestra vida, así sea por un corto tiempo… hechizados por los niños, la familia, los amigos… seducidos por el aire, el sol, el agua, el viento.

    Cuando somos conscientes del amor real y lo integramos en todos y cada uno de los aspectos de nuestro vivir, es cuando percibimos la conexión auténtica con la Energía Divina que dio origen a nuestro ser.

    ¡Aquella que nace con nosotros… vive en nosotros. Nunca se ha ido… nunca ha llegado!