Septiembre 2014
Lastimosamente, para muchísimas
personas eso ha quedado en la historia. Y es que se nos enseña que para mostrar
madurez debemos adoptar comportamientos nuevos, más serios, que sean dignos de
un verdadero adulto; pues, ya no existe tiempo para las “tonterías” infantiles.
Excitados nos colocamos la nueva armadura, y con valentía salimos a enfrentar
los nacientes retos y responsabilidades. ¡Estamos seguros de que todo estará bien! Pero,
generalmente, los hechos se presentan diferentes: nuestros cuerpos van perdiendo
vitalidad, los pensamientos y emociones van pasando de positivo a negativo y la
seguridad comienza a deteriorarse. Pareciera que ya la risa se produce forzada,
que la creatividad no recorre nuestro cerebro, y que la fe en un digno sentido
de la existencia, se va esfumando poco a poco. Que entre más forzamos a los
demás para que nos escuchen y valoren, más rápido nos encontramos solos e
ignorados.
Confundidos con este panorama, ajeno
a lo anteriormente vivido, comenzamos a buscar ayuda externa.
Cada una de estas disciplinas, desde su punto de vista, está haciendo lo mejor que puede para colaborar con la situación, y en muchos casos son efectivas; sin embargo, cuando no se generan soluciones permanentes, debemos, entonces, adoptar una posición diferente. Extender una hoja de papel en blanco, lista para ser impresa con una nueva imagen… una imagen más nítida y refrescante, con ideas que nos permitan entender nuestra naturaleza de un modo más práctico.
Empecemos por convencernos que, como todo lo que existe, somos “energía” y debemos tratarnos como tal. En la gran escala o espectro universal, se nos asigna una frecuencia de vibración individual; lo que nos convierte en seres únicos y especiales, con una conexión única y especial con el resto del universo. De hecho, estamos conformados por tres corrientes energéticas -física, mental y espiritual- que aunque coexisten, son independientes y nos brindan condiciones especificas para nuestro desarrollo. La corriente física o material es la que da vida al cuerpo y permite percibir las sensaciones que nos conectan con nuestro entorno. La corriente mental, le brinda al cerebro la materia prima para producir nuestros propios conceptos acerca del mundo físico; además, de ser la generadora de las emociones. Y la corriente espiritual, nos trae información mucho más compleja que la producida por la corriente mental, permitiéndonos experimentar raciocinios y emociones mucho más altruistas.
Ahora bien, cada una de estas
corrientes debe mantener una frecuencia vibratoria determinada para que sus
funciones se desempeñen apropiadamente; como un aparato de radio, cuando está
en la frecuencia exacta, recibe toda la información de las emisoras en una
forma limpia y clara. Igual, cuando nuestras corrientes energéticas están en
sintonía, nuestro cuerpo se mantiene sano y vital, nuestra mente maneja la
lógica y la concentración, nuestras emociones se mantienen en positivo, y
nuestro espíritu logra la conexión con la sabiduría creadora.
Pero, si por circunstancias diversas, las corrientes se de-sintonizan, entramos en un campo de estática y ruido, que va distorsionando dicha información. Nuestro cuerpo se va desprogramando; los sentidos se van entorpeciendo; el ritmo del corazón varía, la sangre, los fluidos y hormonas van mermando su volumen; nos sentimos pesados y en general la salud se deteriora. Mentalmente, vamos perdiendo el entendimiento lógico -lo que nos lleva a tomar decisiones erróneas en nuestro diario vivir; la memoria y concentración empiezan a fallar, y, en consecuencia, las emociones se van distorsionando. Por supuesto, cuando el cuerpo y la mente están tan salidos de su punto óptimo de frecuencia, la corriente espiritual no logra trabajar en nuestro cerebro; nos sentimos, entonces, perdidos y sin esperanzas, desconectados de la fuente de vida que inyecta la fuerza y el entendimiento para seguir viviendo.
Pero, si por circunstancias diversas, las corrientes se de-sintonizan, entramos en un campo de estática y ruido, que va distorsionando dicha información. Nuestro cuerpo se va desprogramando; los sentidos se van entorpeciendo; el ritmo del corazón varía, la sangre, los fluidos y hormonas van mermando su volumen; nos sentimos pesados y en general la salud se deteriora. Mentalmente, vamos perdiendo el entendimiento lógico -lo que nos lleva a tomar decisiones erróneas en nuestro diario vivir; la memoria y concentración empiezan a fallar, y, en consecuencia, las emociones se van distorsionando. Por supuesto, cuando el cuerpo y la mente están tan salidos de su punto óptimo de frecuencia, la corriente espiritual no logra trabajar en nuestro cerebro; nos sentimos, entonces, perdidos y sin esperanzas, desconectados de la fuente de vida que inyecta la fuerza y el entendimiento para seguir viviendo.
Patricia Gaviria
Autora, Conferencista & Promotora de Crecimiento
Personal
Fundadora del movimiento Moviendo Energías
Acreditada por Experiencias de Vida
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