Era la primera vez que el "pequeño" venía a nuestra casa. Compañero de clase de mi hijo, diez años de edad, cabello castaño, ojos de color claro -difícil de definir- y una sonrisa suave; expresaba la ilusión de pasar una tarde agradable en compañía de otros cuatro amiguitos que compartían con nosotros el “viernes cultural”.
Después de estar todos jugando por unas
horas en el jardín, y al escuchar mi invitación para que descansaran y tomaran
algo refrescante, el niño afirmó: “Vayan ustedes… yo necesito tener mi tiempo solo”. Sin decir nada, el
resto de los jugadores entraron a la casa; pero, motivados por la curiosidad, se
agruparon al frente de la ventana donde podían espiar a su amigo sin ser vistos. El
joven personaje, ubicó un sitio en la escalera de la casita del árbol y se
sentó. Comenzó a observar detenidamente los arboles, las palmas que se mecían
con la brisa un poco menos caliente que horas antes, el lago del frente; a escuchar
el trinar de los pájaros, el sonido de la cascada de agua que alimenta el
estanque; y dirigiendo su cabeza hacia el cielo vestido con un hermoso
atardecer, trataba de descifrar la formación de las nubes. Con una respiración
pausada expresaba tranquilidad, y a pesar de que de vez en cuando miraba su
reloj de pulsera, en silencio continuaba contemplando.
En el interior de la vivienda se
escuchaban las curiosas voces del grupo: “¡Qué extraño!” “¿Será que está triste
o se ofendió por algo?” “¿Por qué mira su reloj?” “¡Ve y lo llamas!” “¡No, él
dijo que todos los días tiene que hacer su tiempo
solo por diez minutos; que cuando acabe, entra!” “¿Mamá, qué está haciendo?”.
Yo me sonreí por unos segundos y contesté: Está haciendo algo que todo el mundo
debería practicar a menudo: Meditar.
- ¿Meditar? ¿Qué
es eso? - preguntaron.
Con la meditación activamos la herramienta
natural e innata de funcionar como una “antena de radio”, donde nuestro cuerpo y
especialmente nuestro cerebro produce ondas de frecuencias positivas análogas a las poderosas corrientes universales Mental y
Espiritual. Se abre, entonces, un canal
por donde podemos captar información cada vez más elevada, no solo ajustando
nuestros conceptos de vida y creatividad, sino permitiendo que emociones
altruistas salgan a través de nuestro ser. Así, si producimos pensamientos de
tranquilidad, igualmente recibiremos la sensación de tranquilidad… si visualizamos
alegría, lo mismo sentiremos… si emitimos verdaderos deseos de entendimiento,
amor, bondad y seguridad, esa misma tonada sonará a través de nuestro radio; pero,
si pensamos en miedo, miedo emitiremos… si consideramos tristeza, eso será lo
único que captaremos… y si, invadidos por la duda, apreciamos la intranquilidad,
confusión, odio y egoísmo, nos veremos siempre sumergidos en ello.
Irradiar las ondas apropiadas nos
permite sintonizar la esencia positiva de auto-conocimiento, auto-estima,
auto-realización y bienestar que fue dispuesta para cada uno desde el día de
nuestro nacimiento. Así como ejercitamos el cuerpo y lo nutrimos con alimento y
abrigo, igualmente debemos crear el habito de la meditación como el “gimnasio”
para la mente y espíritu... como modo insuperable para nutrir nuestra alma.
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