Thursday, September 18, 2014

* Un Tiempo a Solas


 
 
por Patricia Gaviria

    Era la primera vez que el "pequeño" venía a nuestra casa. Compañero de clase de mi hijo, diez años de edad, cabello castaño, ojos de color claro -difícil de definir- y una sonrisa suave; expresaba la ilusión de pasar una tarde agradable en compañía de otros cuatro amiguitos que compartían con nosotros el “viernes cultural”.

    Después de estar todos jugando por unas horas en el jardín, y al escuchar mi invitación para que descansaran y tomaran algo refrescante, el niño afirmó: “Vayan ustedes… yo necesito tener mi tiempo solo”. Sin decir nada, el resto de los jugadores entraron a la casa; pero, motivados por la curiosidad, se agruparon al frente de la ventana donde podían espiar a su amigo sin ser vistos. El joven personaje, ubicó un sitio en la escalera de la casita del árbol y se sentó. Comenzó a observar detenidamente los arboles, las palmas que se mecían con la brisa un poco menos caliente que horas antes, el lago del frente; a escuchar el trinar de los pájaros, el sonido de la cascada de agua que alimenta el estanque; y dirigiendo su cabeza hacia el cielo vestido con un hermoso atardecer, trataba de descifrar la formación de las nubes. Con una respiración pausada expresaba tranquilidad, y a pesar de que de vez en cuando miraba su reloj de pulsera, en silencio continuaba contemplando.

         En el interior de la vivienda se escuchaban las curiosas voces del grupo: “¡Qué extraño!” “¿Será que está triste o se ofendió por algo?” “¿Por qué mira su reloj?” “¡Ve y lo llamas!” “¡No, él dijo que todos los días tiene que hacer su tiempo solo por diez minutos; que cuando acabe, entra!” “¿Mamá, qué está haciendo?”. Yo me sonreí por unos segundos y contesté: Está haciendo algo que todo el mundo debería practicar a menudo: Meditar.

- ¿Meditar? ¿Qué es eso? - preguntaron.

      Meditar es entrar en contacto no solo con nuestro ser interno, sino con las energías más altas del universo -a través de la relajación corporal y la concentración en imágenes, sonidos suaves, pensamientos agradables e incluso el silencio- con el propósito de abrir nuestra conciencia y evolucionar espiritualmente.

         Con la meditación activamos la herramienta natural e innata de funcionar como una “antena de radio”, donde nuestro cuerpo y especialmente nuestro cerebro produce ondas de frecuencias positivas análogas a las poderosas corrientes universales Mental y Espiritual.  Se abre, entonces, un canal por donde podemos captar información cada vez más elevada, no solo ajustando nuestros conceptos de vida y creatividad, sino permitiendo que emociones altruistas salgan a través de nuestro ser. Así, si producimos pensamientos de tranquilidad, igualmente recibiremos la sensación de tranquilidad… si visualizamos alegría, lo mismo sentiremos… si emitimos verdaderos deseos de entendimiento, amor, bondad y seguridad, esa misma tonada sonará a través de nuestro radio; pero, si pensamos en miedo, miedo emitiremos… si consideramos tristeza, eso será lo único que captaremos… y si, invadidos por la duda, apreciamos la intranquilidad, confusión, odio y egoísmo, nos veremos siempre sumergidos en ello.

         Irradiar las ondas apropiadas nos permite sintonizar la esencia positiva de auto-conocimiento, auto-estima, auto-realización y bienestar que fue dispuesta para cada uno desde el día de nuestro nacimiento. Así como ejercitamos el cuerpo y lo nutrimos con alimento y abrigo, igualmente debemos crear el habito de la meditación como el “gimnasio” para la mente y espíritu... como modo insuperable para nutrir nuestra alma.

        Qué ejemplo tan grande nos dio nuestro querido amiguito aquel día. Un personaje espontaneo y quizás tachado por muchos como “extraño”, pero que, definitivamente, tiene uno de los instrumentos más importantes para llevar una vida futura digna de cualquier persona que desee conectarse con la fuerza creadora. Una costumbre que todos debemos adoptar: un rato de meditación, de recogimiento… ¡ un tiempo a solas !

 

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